lunes, 12 de octubre de 2009

AMO A LA MUERTE

AMO A LA MUERTE



Anselmo González Madrigal


Amo a la Muerte. Sí, amo a la Muerte porque es la consecuencia lógica de la vida. La amo porque es el Sol que brilla luminoso al final de mi última jornada, el Eterno Enigma que espera solución. La amo porque ha sido la silente e invisible compañera en mi camino. La paciente, repudiada.
Hermana siamesa de la vida porque, en todo caso, yo he sido un extranjero por la vida, un nómada en busca de un sitio, un lugar, un lugar que me atrae como el Norte Magnético a la aguja más, si al trasponer el Gran Umbral, el todo se diluye entre la nada, la urdimbre de otra vida es una farsa, una farsa que dopa los sentidos con el burdo señuelo de otra vida, ¡qué importa!.

Los caminos recorridos en los años ya vividos guardarán en su polvo la huella de mi paso y, aún cuando se pierda de mí todo vestigio, viviré improntado en el recuerdo imborrable de otra mente. Tuve el privilegio de nacer, ¡de vivir! Fue mi libre albedrío el que determinó cada uno de mis pasos. Cada segundo vivido fue único, irrepetible.

Si tras la puerta del Gran Enigma no existe nada, ¡qué importa!. Viví y, al morir, el caudal de mis recuerdos morirá junto conmigo, sin embargo, preparo ya mis pasos, mi último bagaje.

La Rosa de mis Vientos con celo he corregido, no habrá deriva en mi derrota. Espero el nuevo rumbo que habré de proseguir. Si arduo es el camino, lo habré de recorrer. No importan los escollos ni cielos de tormenta, inhóspitos caminos ni sendas de penumbras más, si aquí termina todo, ¡vaya calamidad!.

Por eso amo a la Muerte, porque su entidad es la eterna interrogante que, como todo fiel amante, me impele a desvelar su misterio, su silencio. La Muerte es un personaje con atributos muy singulares.

¡Estremecedoramente singulares!. Su principal virtud es la inevitabilidad. La Muerte es ineluctable, un poco o, quizá, demasiado coqueta, al mismo tiempo, esquiva, sobre todo con quien mas la desea. Irónica, casi llegando a la crueldad. Inoportuna y, sobre todas las cosas, ¡sorpresiva!.

Amo a la Muerte, la amo porque rehuye cualquier relación efímera y, porque como todo ser humano, mi curiosidad se impone a cualquier temor ante su presencia. Amo a la Muerte porque, quizá, en su seno encuentre otras opciones, una nueva existencia plagada de conceptos completamente disímbolos a los que fui programado en ésta vida, donde mi ser, tal vez, encuentre ese "algo" que con férrea tenacidad he ido buscando a través de toda mi existencia.

Amo a la Muerte, sí, la amo porque a pesar de que yo la odiase o tratase de eludirla, mi destino inexorable es unirme a ella, descifrar su arcano inescrutable, cobijarme a la sombra de su sombra y, transitar como dos buenos amigos, como dos tiernos amantes, por los caminos milenarios del Eterno Absoluto.. ¡Así Sea!

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