domingo, 18 de octubre de 2009

SI ACASO PIENSAS EN MI...

SI ACASO PIENSAS EN MI...



Jesús Failde González


Si acaso piensas en mi, te contaré cuando al anochecer lluvioso suelta sus sombras por el río, arrastrando lento su luz hacia el ocaso,cuando lo que queda del dia es ya demasiado poco para trabajar o jugar. Te sentarás solo en el balcón que da al sur y yo me pondré a cantarte en el cuarto oscuro. El olor de las hojas mojadas entrará por la ventana en el crepusculo creciente y los vientos tormentosos clamorean en los cocoteros.
Traerás la lámpara encendida al cuarto y entonces me iré yo y tú quiza entonces escucharás la noche y oirás mi canción. La alegría me da fuerza y energía, estar siempre alegre me hace feliz. Sonrío,regalo la esencia de la vida al respirar. ¿Dónde está la realidad?, lo que vez es real o irreal y lo que no vez es irreal o real. Solo en ti está el encontrar en cada minuto lo que tú creas real o irreal y asi será cada minuto de tu vida.

Sufrimos por atender a falsas necesidades y es más fácil curar el dolor que el sufrimiento. Lloramos cuando sufrimos por necesidades básicas o la pérdida de un ser querido. ¿Muerte?, el inconsciente cree que no se muere nunca. ¿Cómo podría no ir al cielo la paloma?. ¿Cómo no dejarse acariciar por el aire?.¿Cómo impedir quedarse prendado de la luz?. Una vez iba caminando, cuando de repente un pensamiento me arrebató del camino, otro me llevó lejos y otro me trajo al sitio y entre uno y otro me di cuenta que no estaba entre ellos….

Voy arrastrando, me dejo llevar…¡es tan bonito!, soy como un niño esperando algo a la vuelta de la esquina,jugando con canicas horas y horas,sin tiempo de comida, trabajo o estudios. Soy la vida que se vive a sí misma riéndose de las normas, pájaro volando hacia el horizonte. ¿Qué espero, no sé, qué importa?....Aquí, ahora, feliz y contigo.

No entregues tu alma a la tristeza, ni te atormentes a ti mismo con tus cavilaciones. La alegría del corazón es la vida del hombre, el regocijo del varón y de la hembra, prolongación de sus días en esta tierra. Engaña tu alma y consuela tu corazón, echa lejos de ti la tristeza, perdió a muchos y no hay en ella utilidad. Envidia y malhumor los días acortan, las preocupaciones traen la vejez antes de tiempo. Un corazón radiante vive y en las comidas solo se preocupa de lo que come. (Del Eclesiástico).

Es duro ser como los otros, estar entre los otros y ser otro, sostener a los débiles sin poder apoyarse uno mismo en otro/a. Ser antes que tener, ofrecer lo que se es mejor que dar lo que se tiene. La fé, no es una adquisición, sino una llamada, no es una seguridad sino un riesgo, no es un consuelo sino una aventura. No descansamos en la fé, en ella nos exponemos.

INSOMNE LUMBRE

INSOMNE LUMBRE



Pablo Mora


"Que cada palabra lleve lo que dice".
Rafael Cadenas
Expresar asombros y nochuras. Enterrar la muerte. Inventar la vida. Abrirle los postigos a la noche. Cerrar los ojos a la luna. Dar con el árbol del primer camino. Con la vereda que nos vio salir. Tomarle el pulso al hambre. Saber del diapasón del pobre. De las creencias de Dios y sus costumbres. De los rituales del viento y sus cofrades. De la imagen horrenda del futuro. De la luciérnaga y su antiguo enigma. Saber de la escritura de las piedras. De la alta transparencia de los mudos. Del colosal silencio de los grillos.

Tantearle a los sueños sus luceros. Conocer las entrañas de las hojas. El corazón del bosque y sus vitrales. El páramo, sus cuitas y plegarias. Desenterrar el misterio de la rosa. Ahuyentar la sombra y sus reveses. Escapar del ladrido de la calle. Del hosco muñón del peregrino. Del puñal que en la acera nos espera. O del barco que acecha nuestras costas. Dar con el ámbar del primer arroyo. Traspapelar la terquedad del lunes. Aullar juntos delante de los cielos. Escucharle al pobre su alarido. Compartir esperanzas con el árbol. Esperar a que baile el arcoiris.

Sabernos vivos todavía bajo el granado trigal de la noche insomne. Registrar ventoleras, arrebatos y miserias. Expulsar el despojo mutilado. Ser libres así el fuego nos cercene. Quitar algunas comas al crepúsculo. Ver la noche sin que nadie contradiga.

Morir de pie a pesar de los milagros. Eludir la risa ensangrentada. Salvar la luz, sin la cual la tierra gemiría de espanto. Dar con una migaja de soledad marina. Con el grano de arena que a las costas de la divina antigüedad nos ata.

Atravesar, siempre a la intemperie, incertidumbres, agonías, interrogantes y tragedias. Dar forma al vacío de modo que éste sea posible; ojos al poema para que pueda cruzar la calle; alas a Dios para que pueda llegar al hombre.

Robarle sin que sepa una sonrisa al sol en la arboleda. Mirar el cielo solamente en el momento necesario. Cruzar, no la aurora, sino el alma en que ampara su soñar. Ventilar, aupar, asolear la eternidad cada día. Verse en el cielo gris, en la trémula víspera del júbilo. Escuchar a la soledad y dirigirle la palabra. Llegar con los ojos abiertos a la mirada final.

A punta de hombre, tempestad y grito. Por obra y gracia del asombro a secas. Por el relámpago final del hambre. Por la luciérnaga y su insomne lumbre. Contar con la vigilia para el día. Con porvenir para fraguar enigmas. Defender el milagro de la vida. La fogata que lleve al alumbraje. A tiro limpio, la bondad del hombre.

miércoles, 14 de octubre de 2009

EL JAVERIANO

EL JAVERIANO



Andrés Scout

Hola, soy yo, el más triple, triple, triple papito del mundo entero, el más papasito y más buen mozo y atractivo, nadie me supera en el mundo, ni siquiera Ricky Martin que me queda en pañales. Como ven soy único, original, diferente, "o sea", soy el más tumbalocas de la Javeriana. Me he levantado monas, rubias, morenas, solteras, casadas, viudas y divorciadas, a todas les hice la vuelta y las he dejado botadas, el rango de edad con las mujeres es desde los 15 hasta los 50, (ya les cabe doblado a todas sin discriminación) y mi fama de macho ya la conoce media Bogotá.
Pues sí, como ven soy todo un varón, un hombrazo y ninguna mujer puede decir que no la he hecho felíz. Para que vean lo papasito que soy y provocar que las mujeres se derritan y a los hombres les de envidia me voy a describir: Soy macancán, alto, rubio, con pecho e´chancleta, nariz de chulo, frente panelera y barriga de camionero o como yo le digo barriga pocholera porque es mi orgullo; y tengo un culo de nadador profesional "o sea" nada por delante y nada por detrás, ¿si ven?, soy todo un papasito, eso si ni "gran coima vandame" me gana, o sea, !soy divino!.

Bueno no vine a hablarles de mi sino de mi vida: Resulta y acontece que me encontraba estudiando dizque psicología en la Javeriana, esa universidad en la que la carrera más difícil de pasar es la séptima y en la que de cariño nos llaman javeasnos pero no sé por qué. Voy en octavo semestre y me va muy bien, tengo una novia que esta buena, es muy linda y algo "inteligente" así como las de la Javeriana, por el estilo, igualita.

Ahora sí a lo que vinimos. Mi problema, mi problema es muy sencillo, se los voy a contar: Usted, sí, usted, no se haga el pendejo, usted que es estudiante le debe pasar lo mismo que a mí. ¿Que qué es lo qué me pasa?. Pues imagínese usted, encontrarse a los veinticuatro años, a mitad de carrera universitaria, pagando carísimo, decepcionado de la vida, sus padres divorciados, su arrejuntada con un vago profesional mediocre y sin empleo, alcohólico, que quiere suicidarse, pero no lo hace porque no tiene berraquera, su papá con cinco chinos, separado cuatro veces, vive amargado y solo sirven para dar plata, (nada más creen que con plata se soluciona todo).

Que no se sabe en la vida para dónde ir, que ya ha empezado varias carreras y termina saliéndose en la mitad de la carrera sin hacer nada, con unos amigotes que solo sirven para hablar del carro de la novia y de la última moda y que además meten droga, se inyectan cuanta porquería se les pasa por el frente y que solo esperan que pase alguna vieja buena para acostarse con ella.

Además, siento asco en mi propia carrera y veo que los profesores de psicología están más locos que yo, Yurimarlady "o sea" mi novia, es una "perra" y solo piensa en sexo, en la rumba del viernes, en los viajes, en los paseos fuera del país, sólo le interesa echar chisme con sus amigas y eso no es todo.

La relación entre mis hermanos es muy distante y ni siquiera nos saludamos, pero bueno, qué se puede hacer, uno no decide dónde quiere vivir o nacer o qué familia quisiera tener y como dice San Felipe Neri "sean buenos, sean buenos si pueden". Porque es más fácil ser malo que bueno. "Eso" es mi vida.

Es una ciudad que está llena de gente que no se conoce, gente que corre por que no tiene tiempo ni para correr, gente a la que le importa más el dinero que amar o escuchar y menos le importa servir y si llegan alguna vez a servir es con algún interés. ¿Quieren que les diga la verdad de esta vida?.... nadie hace algo por alguien gratis. Siempre es por un interés... hasta Dios, ese man que no quiero que ni me lo nombren, porque yo he sufrido mucho, ¿dizque bueno y bondadoso?, pero mírelo ¿dónde está?, nos pone en esta vida para sufrir.

Me encontraba en mi cuarto, en la casa como siempre no había nadie, me acababa de tirar el semestre, mi novia se fue con otro y los "amigos" no estaban y los que estaban no les importaban mis problemas, entonces decidí acabar con esta vida tan cruel y matarme, empecé a buscar con qué acabar con mi miserable vida y no encontraba nada, si iba a matarme lo haría de forma original. No como esos babosos que se pegan un tiro, estilo telenovela mexicana, tenía que ser una muerte original, eso sí que no adivinan que encontré, encontré un arma eficaz y mortal: "racumin".

¡Claro no haberlo pensado antes!, moriría como una rata, rata negra y asquerosa como lo que soy. En un vaso lleno de agua, eché el "racumín", lo cogí con la mano derecha y diciendo en voz alta "la humanidad ha perdido a un gran hombre", me lo mandé de un totazo, enseguida sentí como bajaba por mi cuello y como me quemaba, empecé a ver luces de todos tipos y de todos los colores, caí de repente en el suelo, empezaba a retorcerme, pero en ese momento entró mi hermano, yo me encontraba en el suelo convulsionando, él sin pensarlo me alzó y me subió al carro, me llevó a la clínica más cercana. Yo solo veía alucinaciones en las que una mujer vestida de blanco y azul me acariciaba con sus manos tibias la cabeza y me decía: "Tranquilo, tranquilo, no estas solo, tranquilo, nada te va a pasar".

Cuando me desperté habían pasado tres días, me encontraba en una cama y estaba con suero, no me había muerto y seguía pensando: "Qué lastima que no me maté, ¡Ah, la próxima será!", y sólo me acordaba de esa señora vestida de blanco y azul, sus tibias manos pasando por mi cabeza. Aún despierto seguía sintiendo esa misma protección, duré una semana en la clínica y durante este tiempo solo me fue a visitar mi mamá. Iba únicamente a regañarme, y a recriminarme: ¿Por qué lo hizo? ¿qué le ha faltado?. Yo me quedaba en silencio.

Cuando me recuperé por completo volví a la universidad, pero nadie sabía nada de lo que me había sucedido, que raro, claro, es por el qué dirán y como quedará la imagen de la universidad. Solamente un profesor que es muy loco y es sacerdote Jesuita, nos pusimos a hablar de lo que me pasó, pues solo él lo sabía porque es muy buen amigo de mi mamá, por medio de él y sus charlas que eran muy locas y muy chistosas entendí muchas cosas, entendía en ese momento que uno no está aquí de paseo, que la vida no da garantías, pero que no importa los miles de problemas si a cambio hay una sola alegría, vale la pena hacer ese trato o díganme: ¿a ustedes les gustaría estar todo el día sonriendo y a carcajadas como si un payaso se los hubiera comido? ¡que hartera! ¿dónde quedaría la felicidad?, se necesita de los problemas y de la felicidad para vivir y no aburrirse.

La felicidad está en uno mismo, en lo que haga para conseguirla, la felicidad está en Dios, después de pelear con esa man me di cuenta que todo lo que hace es por nuestro bien, pero es muy difícil de aprender, de vez en cuando tengo discusiones con El pero son de esas peleas de novios que siempre terminan juntos.

Me hizo y me hice una persona más humilde, más sencilla, que disfruta de las cosas sencillas aunque parezcan simples, si miras bien, la felicidad que te ofrecen es muy inmensa. De esa señora vestida de blanco y azul no se volvió a aparecer, es que ella no se aparece a pecadores como yo.

Ahora tengo una novia que no tiene ni plata ni tampoco es muy bonita ni está buena, pero por dentro es maravillosa, hermosa, me comprende, en cuanto a mi familia estoy tratando de hacerlos conscientes de cómo están, que si quieren sean felices a través del amor de papá Dios, de la sencillez. Pero con hechos, no con sermones, ni carretazos baratos sobre Dios. Solo amando todo se hace más sencillo y es mejor, del cura les cuento que en este momento es mi guía espiritual, me ha ayudado mucho.

Yo seguí estudiando psicología porque me di cuenta que es lo mío que por medio de esa profesión puedo ayudar a mucha gente y superar muchos problemas míos y de mi familia porque sirviendo es como uno se realiza y amando es como se hace feliz.

Nota: La razón y la fe es una misma cosa, si no las puedes unir nunca serás sabio.

LOS MOMENTOS MAS TORPES

LOS MOMENTOS MAS TORPES



Ana Arrese


Oigo cantar al vecino en la ducha. Luego toserá ruidosamente. Es mi despertador.
Intento encender la luz y lanzo la lámpara de noche que se hace añicos contra el suelo.

Huyo hacia la cocina para tomar mi primer café.

Me golpeo contra la puerta y salgo disparada hacia la repisa. Bién: el café me queda a mano. Ni siquiera lo caliento. Así, frío, fuerte y que despierte.

Y ... un cigarrito ¡cómo no! ... me siento culpable, pero aún así trato de encenderlo con la taza de café.

No, no. Será mejor buscar un mechero. A ver. No encuentro el encendedor.

Prendo uno de los fuegos de la cocina y acerco el pitillo.

Lo enciendo -¡maldita sea! - me chamusco el flequillo, las pestañas y la punta de la nariz.

No pasa nada, tranquila, sosiégate: el flequillo necesitaba un buen repaso, las pestañas se arreglan con rimel y la nariz con ungüento de aloe.

Otro café y de un trago.

Corro hacia el cuarto de baño y susto: alguien en el pasillo.

Sin importancia, es la asistenta que ha llegado.

La saludo.

No responde.

¿Qué le pasa a esta mujer ahora?.

- Buenos días.

Sigue muda mirándome desconsolada.

- Bue-nos-di-as.

Oigo un voz ahogada:
- Estás en cueros.

Me miro. Es cierto.

- Vale, vale. Todos estamos en cueros alguna vez en la vida ¿no?.

Me ducho entre malabarismos de geles y saltos.

Al lavarme los dientes me cepillo la lengua con fuerza. Vomito el café.

-Armenuhie, hazme, por favor, un desayuno en condiciones-, grito entre lagrimones.

¿Qué me pongo, hoy? esta falda , no; este pantalón, no. Me vestiré mas tarde.

Me ciño una bata para desayunar tranquila.

Desayuno en el despacho, leyendo las "news-on-line".

Guerras, guerras, sucesos, chistes, mas guerras ya olvidadas... siempre lo mismo.

Abro unos audio-videos para repasar antes de entregarlos, siempre hay algo que corregir en el último momento.

Llaman por teléfono.

Se me cae el teléfono desplomándose en la alfombra.
- ¿Siiihii? -me atraganto-.
- ¿Voy o vienes?.
- ¿Cómo dice?

Silencio
- ¿Quién llama?

Silencio.

Cuelgan.

Armenuhie entra en la habitación.
- ¿Te pasa algo?
- No lo sé. ¿Por qué lo dices?
- Estás paralizada, con cara de esfinge, el teléfono descolgado en el suelo, llevas la bata chorreando café, mantequilla, mermerlada y tienes una teta fuera. ¿Te han contratado para algún casting?
- No. De momento, no. Arregla mi dormitorio lo primero.
- ¿Te sientes enferma?
- No. Mucho peor. Me siento torpe. Vuelvo a la cama en cinco minutos.


lunes, 12 de octubre de 2009

EL ERMITAÑO DE HUANG-HO

Leo Zelada


Imitación de Chuan Tse

Erase una vez un hombre que vivía sólo en el bosque, le llamaban el Ermitaño de Huang- Ho, solitaria y ascética su existencia transcurría entre tenues amaneceres amarillos y oscuros crepúsculos violeta. El cazar extrañas y exóticas mariposas era el único placer del que gozaba en sus ratos sombríos de ocio.

Un día vio ante si, la más hermosa y radiante aparición que sus apagados ojos jamás - hasta entonces - habían visto, era diabólicamente bella como un errante cometa vagando sin sentido en el cosmos, ambiguo eclipse irrumpiendo entre bloques intactos de fuego, y extendiendo rápidamente sus redes de plata sobre la arrebatada y tierna figura; la atrapó.

Más aquella no era una mariposa sino una mujer. Pasaron varias lunas y a pesar que en las largas noches azules, le tocaba las más hermosas melodías de su caña de bambú, y le entregaba los más hermosos frutos extraídos de los más virginales árboles, ella se mostraba callada, pensativa, sumergida en sí misma y sus torres de marfil.

Acongojado al ver lo infructuoso de su esfuerzo por querer alcanzar aquel pedazo de cielo, consumido por el hierro, acercó sus trémulas manos hacia ella y en aquel momento desvaneciéndose en el aire solo vio un intenso resplandor dorado y un replicar de alas sobre el viento.

Desde aquel momento, el ermitaño, El Ermitaño de Huang- Ho, en cada mariposa que atrapaba creía poseer aquella mariposa que una vez partió.


AMO A LA MUERTE

AMO A LA MUERTE



Anselmo González Madrigal


Amo a la Muerte. Sí, amo a la Muerte porque es la consecuencia lógica de la vida. La amo porque es el Sol que brilla luminoso al final de mi última jornada, el Eterno Enigma que espera solución. La amo porque ha sido la silente e invisible compañera en mi camino. La paciente, repudiada.
Hermana siamesa de la vida porque, en todo caso, yo he sido un extranjero por la vida, un nómada en busca de un sitio, un lugar, un lugar que me atrae como el Norte Magnético a la aguja más, si al trasponer el Gran Umbral, el todo se diluye entre la nada, la urdimbre de otra vida es una farsa, una farsa que dopa los sentidos con el burdo señuelo de otra vida, ¡qué importa!.

Los caminos recorridos en los años ya vividos guardarán en su polvo la huella de mi paso y, aún cuando se pierda de mí todo vestigio, viviré improntado en el recuerdo imborrable de otra mente. Tuve el privilegio de nacer, ¡de vivir! Fue mi libre albedrío el que determinó cada uno de mis pasos. Cada segundo vivido fue único, irrepetible.

Si tras la puerta del Gran Enigma no existe nada, ¡qué importa!. Viví y, al morir, el caudal de mis recuerdos morirá junto conmigo, sin embargo, preparo ya mis pasos, mi último bagaje.

La Rosa de mis Vientos con celo he corregido, no habrá deriva en mi derrota. Espero el nuevo rumbo que habré de proseguir. Si arduo es el camino, lo habré de recorrer. No importan los escollos ni cielos de tormenta, inhóspitos caminos ni sendas de penumbras más, si aquí termina todo, ¡vaya calamidad!.

Por eso amo a la Muerte, porque su entidad es la eterna interrogante que, como todo fiel amante, me impele a desvelar su misterio, su silencio. La Muerte es un personaje con atributos muy singulares.

¡Estremecedoramente singulares!. Su principal virtud es la inevitabilidad. La Muerte es ineluctable, un poco o, quizá, demasiado coqueta, al mismo tiempo, esquiva, sobre todo con quien mas la desea. Irónica, casi llegando a la crueldad. Inoportuna y, sobre todas las cosas, ¡sorpresiva!.

Amo a la Muerte, la amo porque rehuye cualquier relación efímera y, porque como todo ser humano, mi curiosidad se impone a cualquier temor ante su presencia. Amo a la Muerte porque, quizá, en su seno encuentre otras opciones, una nueva existencia plagada de conceptos completamente disímbolos a los que fui programado en ésta vida, donde mi ser, tal vez, encuentre ese "algo" que con férrea tenacidad he ido buscando a través de toda mi existencia.

Amo a la Muerte, sí, la amo porque a pesar de que yo la odiase o tratase de eludirla, mi destino inexorable es unirme a ella, descifrar su arcano inescrutable, cobijarme a la sombra de su sombra y, transitar como dos buenos amigos, como dos tiernos amantes, por los caminos milenarios del Eterno Absoluto.. ¡Así Sea!

LA NIÑA DEL ACORDEON

LA NIÑA DEL ACORDEON



Rubén Kurin



Sus pequeños dedos se deslizaban por el teclado del acordeón, a la vez que su mano derecha inflaba y desinflaba el fuelle al compás de un desafinado "Danubio Azul", al que Strauss jamás hubiera imaginado tocado en ese instrumento y menos en el metro subterráneo de la ciudad de Buenos Aires.
Tenía, no más de ocho años, se llamaba Raquel. Por lo menos así decía un letrerito escrito con lápiz de color, sobre un parche pegado a modo de calcomanía en el instrumento. Había subido en la estación "Carlos Pellegrini", adonde se juntaban líneas, combinaciones, que iban o venían de todos los puntos de la gran ciudad, conectándose con terminales de trenes y colectivos provenientes del interior del país.

Su tristona cara, mostraba un sombrío gesto de sueño, de cansancio, de pereza... Sueño, cansancio y pereza que da la miseria, la pobreza. El fiel reflejo en esa linda carita de no haber comido, a pesar de ser ya las cuatro de la tarde.

Los pasajeros la mirábamos. Algunos con ternura, otros con indiferencia, pero nadie atinaba a poner su mano en el bolsillo. Era una persona más, de tantas que a lo largo del día cruzaban sus respectivos caminos pidiendo ayuda. Hubiera pasado totalmente inadvertida, si no fuera porque el tren hizo una brusca maniobra, soltándosele el acordeón de su hombro y cayendo al suelo junto con la niña.

Corrimos al lugar viendo que el golpe no era de importancia. Un joven la ayudó a levantarse y yo recogí el instrumento que había caído a su lado. Se había partido en dos. Raquel no se dio cuenta, estaba muy preocupada ocultando la vergüenza de los hechos y tratando de tapar como podía sus ropitas interiores tremendamente gastadas.

De pronto, miró al costado arrastrándose hacia lo que hasta ese momento hacía posible su sustento diario y rompió a llorar desesperadamente exclamando sin cesar:

- ¡Juan me mata, Juan me mata!.

El bólido llegó a "Estación Florida", donde paró con su clásico estruendo. Las puertas se abrieron dejando entrar y salir cientos de apuradas personas, que pasaban como autómatas sin darse cuenta de lo que allí acontecía.

Una señora bajó, acompañando a la niña, que no paraba de llorar. La seguimos un grupo de seis o siete personas. Yo llevaba aquel viejo instrumento, o lo que quedaba de él. Un guardia de seguridad intervino y haciendo las preguntas de rigor, redondeó:

- ¿Bueno, no te pasó nada verdad?. ¡Cuántas veces te dije que no pidieras en el tren... Bien señores a circular que aquí no pasó nada, por favor señores no obstaculicen el paso, es solo una pordiosera más!.

Eran las cuatro y media de la tarde. De repente en escena quedó, en una de las estaciones de trenes más concurridas de Buenos Aires... Solo una niña con un acordeón a piano roto entre sus brazos. En mi "Visón", solo eso veía. La imagen estaba rodeada de un halo de nubes blancas... A esa niña de ocho años, la imaginé: rubia, de ojos bien celestes, bien vestida y... Vi a mi hija cuando tenía esa edad. Me miraba, me sonreía y estirando sus bracitos me pedía protección...

- ¡Papi, papi!...

De pronto, las nubes desaparecieron y otra vez los gritos de la gente, que ahí estaban de nuevo, rodeando a un inútil solitario acordeón abandonado.

La pobrecita, aprovechando la discusión del guardia con la gente, corrió hacia las vías para terminar con su desdicha y con el miedo de enfrentarse a ese Juan, a ese desgraciado que hoy esperará inútilmente el dinero de Raquel.

Salí corriendo desesperado huyendo de aquel terrible cuadro. Busqué un teléfono de larga distancia, saqué de mi billetera una tarjeta. Marqué el número de mi hija en Estados Unidos... eran como mil cifras... daba libre...

- ¡Halo!- contestaron en inglés.
- Hola mi vida ¿Cómo estás?.
- ¡Papi, qué alegría, tenía unas ganas locas de hablar contigo!. ¿Cómo lo supiste?.

Hace diecisiete años fue una niñita igual a aquella, era la que había visto en lugar de Raquel sin poder hacer nada para ayudarla. Hoy una feliz mujer con un mundo bello por delante y gozando de oportunidades a las que aquella pobrecita que tocaba el acordeón, nunca pudo acceder.

Comencé a llorar, no sé bien por qué; podía ser de alegría al sentir la voz de mi hija o de dolor por tantos seres como esa niña que merecen también "la oportunidad".

Nota: La niña que toca acordeón en el tren, existe... y miserables como Juan también...



lunes, 5 de octubre de 2009

LA VILA JOLGORIA

LA VILA JOLGORIA

Francisco Moreno Soriano

Inerte y riente, La Vila Jolgoria es una jaula de hombres, mujeres y animales que revolotean bajo el sol del Mediterráneo.
En sus vuelos, sus corazones se estremecen cuando observan desde las alturas la visión que a sus ojos se ofrece del pueblo; aquí las barcas de pesca, ancladas en el puerto arrojan su cosecha del mar, peces muertos y redes podridas; allí los pescadores, que al mismo tiempo corren hacia sus casas de colores entre ásperos ademanes.

Más allá, el final del río Amadorio remonta su curso hacia el pantano entre espumas químicas mientras los baladres ofrecen sus ramas a la voracidad del mundo; y el tren que sale de la estación dejando atrás a hombres que sólo esperan el 29 de Julio; y los edificios que se esparcen desde La Ermita hasta El Paradís ajenos al progreso.

Una anciana en la puerta de su casa; un perro que ladra a los chiquillos que le hostigan con palos; el chocolate que hierve y se derrama; rumores de moros, de cristianos, de fiesta; y voces de júbilo y litros de alcohol parecen tomar el pulso del pueblo.

CARTA DE DESPEDIDA

CARTA DE DESPEDIDA



Miguel Ángel Sánchez Valderrama


No sé que hacemos aquí en esta habitación, en todo lo alto de la montaña, todo lleno de nieve, la gente esquiando, y nosotros aquí en esta habitación, uno de los hoteles más baratuchos. La manía por los hoteles baratos, claro, como no te gustan las cosas de lujo, prefieres lo barato, lo marginal, y no haces más que teclear, te refugias en una esquina y no miras más allá, que al otro lado del muro hay gente que disfruta de la nieve, y yo aquí....
Realmente no entiendo a alguien como tú que tiene la manía de escribir, aunque reconozca que no eres nadie. La gente que escribe se cree alguien por encima... De verdad, a la hora de la verdad, son aburridos, otra cosa es lo que dicen los escritos, los libros, los folios, como en tu caso que no tienes libros publicados ni te presentas a premios. ¿Sabes?, no sé para quién escribes, he leído cosas tuyas acá y allá, mientras escribes silenciosamente y veo que dices cualquier cosa, y como ahora que estás escribiendo lo que te estoy diciendo.

Eso no vale, porque estás escribiendo paparruchadas, y eso no tiene sentido, qué sentido tiene escribir lo que te estoy diciendo, eso demuestra tu falta de imaginación... ¿quieres dejar de escribir lo que te hablo?. De verdad, quiero hablar seriamente contigo, no entiendo todo eso, ¿Qué valor puede tener escribir lo que digo?, si digo mierda, escribe mierda, mierda, mierda. Basta ya, me pones nerviosa, eres un fanático.

No entiendo, ya que escribes lo que digo, que en vez de estar tecleando a la máquina de escribir no estuviera esquiando, no te gusta nada, no sé como se te ocurren cosas si no experimentas nada. Lo bonito que es esquiar y luego ir a la discoteca y luego hacer el amor... y nada, tú y tus manías, eso es una manía, lo de darle a la máquina de escribir, no entiendo. Venga dar al teclado, para eso trabajas de mecanógrafo, eso me saca de quicio.

¿A dónde irán mis palabras?. Quiero que seas más juguetón conmigo, me aburre esto, no sé qué hacer, si liarme un porro o ir a esquiar, ya sé que me dices que me vaya sola, que tú te quedas en esta mierda de habitación con tu máquina de escribir. No puede ser, sería mejor que tuvieras un tratamiento mental, estar adicto a la máquina de escribir es malsano para la mente, no soy yo la que tenga que decir eso, por que realmente soy una desquiciada, pero siempre hago algo, algo normal digo y no estoy aferrada a algo enfermizamente, además me gusta estar contigo.

Pero, no sabía que tuvieras tantas manías. Si fueras más sociable serías el tipo más perfecto que he conocido en la vida, pero te falta eso, sociabilidad. ¿Son los escritores antisociales?, he conocido escritores realmente estupendos en todo, son tan sociables como antisociables, lo tuyo es amargura, y además no sirve de nada escribir, porque no tienes interés en perfeccionar la escritura ni en dar a conocer tus escritos. Es algo desquiciante, mira que escribir lo que te digo. Además, estoy leyendo lo que escribes, eso, y anotas fielmente lo que digo. Es desquiciante. Me desquicia. Pues vale, anota lo siguiente: mañana cogeré las maletas y no te molestes, fin de vacaciones, me iré yo solita, cogeré el autobús y me iré a la capital, y no volveré a verte más.

Lo juro, va a ser difícil intimar a una mujer, no conozco otra mujer con más capacidad de aguante que yo, que te admiro tanto, no entiendo esas cosas, a las mujeres hay que tratarlas con cariño. Las invitas a comer en un restaurante y si ahora estamos en la nieve pues, disfrutar de la nieve, no hace falta esquiar, sino dar un paseo por la estación de esquí... Me deprime esto, solamente veo folios, folios para la papelera, folios para sobres, folios para nada, correspondencias con gente, venga, paquetes de folios.

¡Qué manía! y no te entiendo nada, lo último que leí algo tuyo no tiene nada que comentar, no tiene argumento, ni siquiera tu vida tiene rgumento. En la vida hay que tener argumento y si no, andamos perdidos. Quizás digo barbaridades, es que el porro no me ha sentado bien, me enfado por cualquier cosa, llevo toda la mañana sentada en el borde de la cama y tú, venga, dar al teclado, me he fumado varios porros, y tú, venga dar, al teclado, es insoportable.

He tenido que ir solita a la cafetería a desayunar, ¿y sabes?, dos tipos han intentado ligarme, les dije que tengo novio y tal. Si no me voy con los tipos esos, de verdad, seguro que esos tipos me enseñarían a esquiar y otras cosas. De verdad, pero lo tuyo es aburridísimo, no estaba muy segura de dejarte, pero cada vez me convence más, he decidido dejarte, prepararé las maletas.

Ya que escribes lo que digo, qué fastidio, ponga como título carta de despedida. Así, carta de despedida, carta de despedida, carta de despedida, ¿te enteras?, ¡por estúpido!.

¡No te quiero!. No entiendo cómo te conocí. Me voy a liar otro porro, ¿quieres una calada?. Los porros, me dijiste, te caían mal, me acuerdo el quinto día después de conocerte, yo me acuerdo de los días esos, cuando te fumaste dos porros conmigo, te pusiste tan tierno, apoyaste la cabeza sobre mi pecho, y me decías que te sentías muy mal por los porros...

No sé qué estoy diciendo, así de claro. Te dejo, no vuelvas a llamarme por teléfono, fíjate... Mírame, por lo menos. No me mira, vaya, con la cabeza gachá y dando al teclado, es increíble, nadie ha hecho tanto por ti, mira lo que hago con tu número de teléfono, lo quemo... escriba eso, Elisa coge el mechero y prende fuego al número de fuego...

Joder, al número de teléfono, estoy harta, y me da vuelta la cabeza. Voy a coger una lata de cerveza en la nevera, el ruido incesante de la máquina de escribir y el silencio de la habitación me aturde, y quien habla únicamente soy yo, te tiras horas sin hablar, qué manía, me largo...

RETRATO DE UN PASADO

María Lourdes Pacheco Hernández

Busco enaltecer aquel rincón del recuerdo que se mece entre mis sueños, dibujando promesas infinitas, cual tiempo indefinido, cual efímera existencia del día y la noche ... en su eterno renacer. Busco embriagarme de recuerdos meditando con una canción evocada del pasado, la primera de todas, la belleza que me llenó... la que me hizo llorar una vez... la que me vistió de vida y desnudó mi mente.... la que hizo estremecer mi cuerpo con su aliento, llenó de esperanzas revoloteando cual espuma de mar en la orilla de un sentimiento... cuyas huellas esculpidas en mi piel suelen borrarse por momentos cuando el mar del desamor baña mis horas y mi rostro se empaña de lamentos. Yo le quería y le perdí... perdiéndome a mí misma, quizá.
Aún suelo romper en mil pedazos la espera, buscando un pretexto para arrojarme al abismo del olvido, mas las aves del recuerdo vuelven a mi, volando ante mis ojos, para luego dejar posar una flor en mi pecho... la flor del te quiero, el que no quiere fenecer aún, ni volverse efímero como la vida misma, la que me acompaña tras el atardecer de mis horas... que suelen volverse nada en tus labios, tan ausentes como la nieve en mi tierra, tan doliente como las llamas quemando mis entrañas y arrancándome un grito, ahogado por tiempo tras el avejentado silencio, el que suele escucharme sin críticas, el que suele abrazarme por ti...

Cuando el rocío de la evasión emerge de mis pies haciendo remolinos ante mi, espejismos empañando mi fe, aún encadenada al tiempo y al destino... sobre todo al destino, clamando por un amor cuya alma cobijaba la mía, con la plenitud de sus alas, volando tan lejos como podía... dejando en un beso la vida misma, un corazón de piel cálida, desnuda e inocente... boca de luna en mis entrañas... llanto de niño entre mis manos... las que no supieron contener tu existencia y convertirla en eternidad... mis manos fenecieron con las tuyas, dejando entrever la duda de si renacerían algún día...

Hoy reconozco mi verdad... mi única y auténtica verdad...

“Para amarte me bastó un día, para olvidarte una eternidad....”

ODIO LOS FINES DE SEMANA

ODIO LOS FINES DE SEMANA



Belén Reyes Redondo



Odio los fines de semana. Mi estado interior es tan deficiente que, al no tener las horas ocupadas, se convierte en un auténtico viaje kamikaze.
Viernes medio día, llegar a casa. La tarde comienza a crecer como una lengua que me ahoga. Enciendo la televisión. Me trago una película hortera que incluso, a veces, me hace llorar, y si hay persecuciones o intrigas consigue que me muerda las uñas, maltratadas ya seriamente durante veintinueve años.

Cualquier cosa me provoca sensaciones que me cuesta mucho sostener, debido al estado interior en el que me encuentro. Es como si el fascista del tiempo hubiese dado un golpe de estado en el país de mi pecho y, a ciertas horas, cuando me encuentro en toque de queda, ningún sentimiento, recuerdo, duda o pensamiento, se atreviese a pasear por mi interior.

Y me quedo desierta; sentada en el salón, con los ojos postizos de tanto mirar las mismas cosas: las estanterías con los libros, que se supone han colaborado a ser lo que soy. Las fotografías. Las cintas de música. Los juguetes que colecciono, como niños muertos. La estufa que cada dos por tres se cae, porque la sostiene un pie que no es el suyo. El altar que tengo encima de un tronco con estampitas del Sagrado Corazón, varias cruces estrambóticas, dos serpientes de arcilla, un dios indio de mármol comprado en el Templo de los Monos en Jaipur, un coche de hojalata, un llavero, un cazo de sopa al que se le rompió el mango con una vela dentro, una virgencita de plástico metida en una especie de supositorio transparente, que en la oscuridad luce y da un poco de cosa...Y un hacha que era de mi abuela clavada en mitad de todo ello. La verdad es que mi altar es lo más parecido a mí, parece el coño de la Bernarda, abierto a todo, encendido todo. Y un doloroso hachazo en el centro.

Y así me quedo con los ojos postizos de tanto mirar este espacio loco que ya me conoce y sabe, que antes de que cierre la frutera que vende de todo o el bar del mariquilla, bajaré a comprar cerveza y tabaco, aun a sabiendas de que se ha terminado la leche y el papel higiénico.

Y como un rito me pondré la cerveza y encenderé las velas de mi altar y una varita de sándalo, y tal vez me ponga una música triste de piano. Beberé cerveza ante mi cuaderno sobre el cual abortaré versos no deseados. Después miraré fijamente la televisión apagada o la hora parpadeante del vídeo, y empezaré a preocuparme por la hora que es y aún no ha llamado quien deseo con toda mi vida que lo haga.

Entonces, ya cargadita de cerveza, me endemoniaré mirando el teléfono e imaginaré que el cable se mueve y eso quiere decir que de un momento a otro va a sonar. Comenzaré a hacer neuróticos juegos mentales, como por ejemplo: si se me cae la ceniza del cigarro en esta posición, ya no llama; o si esta canción acaba antes de contar cincuenta, ya seguro que no.

Y mientras sigo inventando neuróticos juegos y haciendo trampas y trampas, de pronto sonará el teléfono al compás de mi taquicardia. Y al cogerlo oiré la voz de mi madre, pausada y como de una lana suave. Y me dirá:-¿qué haces? ¿cómo no sales?¿estás sola?-. Y yo la escucharé con cariño los primeros segundos, pero después dejaré de escucharla porque estaré pensando que, tal vez, en ese preciso momento me estén llamando y si está comunicando ya no me volverán a llamar. Entonces aceleraré la conversación, y mi pobre madre no podrá terminar de contarme la causa de esas profundas ojeras que advertí en su rostro hace dos días, cuando vino a traerme al trabajo, como a menudo hace, una bolsa de Simago llena de comida.

Seguiré endemoniada con el teléfono. Y cuando esté lo suficientemente borracha, marcaré el teléfono de mi primer amor y colgaré. O llamaré algúna amiga y le contaré cosas de las que no me acordaré al día siguiente.

Y correrán por las calles de mi pecho, aun con el toque de queda, todos los sentimientos y pensamientos que ni la dictadura más sólida puede someter. Y veré al ejército del dolor ametrallando cruelmente sus carreras. Y sentiré desplomarse sus cuerpos dentro de mí, lívidos, ya sin peso. Y lo que fue amor, deseo o esperanza, ya no será nada.

Caeré en mi cama, exhausta. Y el sábado no querré amanecer, pero amaneceré. Y no querré ducharme, ni peinarme, ni quererme...Tan sólo querré desayunar, pero no habrá leche.

Recogeré de la habitación la montaña de ropa que intimida a las visitas y pondré una lavadora. Su ruido infernal me acompañará toda la mañana.

Y al tender la ropa sentiré las pinzas dentro de mí, sujetando los trozos de mi vida, centrifugada y rota. El sol comenzará a molestarme y me meteré dentro a buscar unas gafas de sol. Y mientras voy sujetando los trozos de mi vida, oiré a la vecina que me dice una de esas cosas sin sentido que se oyen de ventana a ventana mientras se tiende la ropa.

-Parece que hoy no llueve, ¿qué, colganndo la ropa?

No señora, si le parece estoy haciendo unas lentejas acróbatas, le contestaré mentalmente. Y al volverme para regalarle una sonrisa de Tele 5, se quedará espantada al verme con las gafas de sol y el pijama.

Este será el único momento del día que me provoque una sonrisa. Después vagaré por la casa con el pijama puesto todo el día, ya sin gafas de sol, pero con los ojos vueltos hacia dentro, como un zombi. Y sonará y sonará el teléfono, pero ya no lo cogeré.

Al anochecer encenderé de nuevo mi altar, y me sentiré muy sola y lloraré bajito. Y tal vez de madrugada me dé por llamar a New Delhi, como un vampiro egoísta que levanta de la cama a los amigos que más ama, y les chupa la sangre para seguir viviendo.

Llegará el domingo, y a eso de las doce haré un esfuerzo y bajaré por el periódico. Me dedicaré a su lectura con devota alegría, como si hubiese estado alejada del mundo durante mucho tiempo. después inventaré una comida con las pocas cosas que hay en la nevera y me podré a comer mientras Rosa María Mateo me cuenta lo que ha sucedido desde el viernes.

Según doy vueltas al café, me dará por pensar que en la pantalla de nuestros ojos debería existir un presentador enanito, como en el telediario, que informara sin ningún tipo de censura de todo lo que ocurre en el país de nuestro pecho. Esto evitaría el autismo afectivo, y bastaría con mirar a los seres que amamos para que lo entendieran todo.

Ya a la caída de la tarde recordaré con dolor todo lo sucedido desde el viernes a mediodía cuando llegué a casa. Y como una colegiala asustada haré cientos de promesas: dejar de fumar, dejar de beber, dejar de sentir, dejar de amar, dejar de escribir...Mientras cuento las horas que quedan para que llegue el lunes, y los robustos brazos del metro me cojan en volandas y me lleven al cole.

Publicado en Ediciones Torremozas. Colección Ellas también Cuentan. I Antología de Relatos de Mujeres.